Mi Larga y Frustrante Batalla Contra el Acúfeno

 Yo tenía 29 años, y vivía la vida al máximo. Mis días eran ajetreados. Tenía responsabilidades en el trabajo, y volvía a casa para lidiar con las tareas de los niños; corriendo ellos de una actividad a otra; y encontrando tiempo de calidad para dedicar a mi esposa y a todos los otros asuntos de los que deben ocuparse las familias modernas. La tensión iba en aumento, pero aún así, me mantenía controlado. Desafortunadamente, eso estaba por cambiar.

Una tarde después del trabajo me dirigí a un restaurante con unos amigos para disfrutar de un poco de descanso y esparcimiento muy necesario. Después de pasar tres horas en el bullicioso restaurante, sentado junto al pianista, me dolía la cabeza mientras el ensordecedor ruido de la noche continuaba retumbando en mi cabeza durante horas.

A la mañana siguiente me sorprendió notar que aún tenía un zumbido ligero en mis oídos. Sin darle mucha importancia, me dirigí a la oficina donde iba a tener otro día completamente ajetreado. No tenía ni la más remota idea de que mi vida estaba a punto de tomar un giro inesperado.

A los pocos días, ese zumbido se convirtió en un zumbido perceptible, y periódicamente era seguido por fuertes porrazos. En poco tiempo, el ruido que comenzó como una ligera molestia empezaba a afectar mis nervios. Sentía que la cabeza me iba a explotar. Intenté de todo, pero no pude hacer que desaparezca ese ruido que perforaba mis oídos - de día o de noche estaba allí, y estaba empezando a “pasar la factura”.

Una visita a mi médico de cabecera no sirvió de nada. El pensó que tal vez era sólo una migraña provocada por el estrés. Traté de relajarme más, y eso ayudó (un poco), pero aún así no podía deshacerme de ese constante zumbido en mis oídos.

Varias semanas más tarde y después de varias visitas, el empezó a sospechar que algo estaba realmente mal, e inició una serie de pruebas para descartar algo serio. Después de someterme a lo que parecía una interminable serie de pruebas, finalmente tuvimos un diagnóstico: Acúfeno.

"¡Menos mal!", pensé. “Ahora podemos solucionarlo.” No pasó mucho tiempo antes de que mi alivio se convirtiera en pánico cuando el doctor explicó que no existe una cura, ni tampoco muchos tratamientos para este trastorno. Simplemente tendría que aprender a vivir con ello como los miles de los otros enfermos que existen en el mundo.

“¡Vivir con este constante martilleo en mi cabeza!” pensé. “¿Cómo demonios voy a hacer eso?”

 Después de un par de meses, fui a ver a un médico (quien también era psiquiatra), y le describí la situación insostenible que sufría. Él recomendó varios medicamentos, medicamentos contra la ansiedad, relajantes musculares y una serie de antidepresivos.

Está demás decir que no ayudaron en absoluto.

Iba del consultorio de un médico a otro en busca de un poco de alivio – ¡pero no lograba ningún alivio! ¡El chillido era cada vez peor – algunos días alcanzaba incluso entre 70 a 80 decibeles - y necesitaba ayuda!

Mi vida ya no me pertenecía. No podía trabajar (el fuerte ruido en mis oídos hacía imposible que me encargara de mis muchas responsabilidades en la oficina), estaba de mal genio con mi familia (después de todo, ellos no se daban cuenta que cada pequeño ruido que hacían agravaba una situación ya precaria), mi salud estaba afectándose (no podía comer ni dormir normalmente), y me estaba poniendo más y más deprimido. Estaba llegando al límite y yo lo sabía. Algo debía hacerse y tenía que hacerse rápidamente, o iba a volverme loco. ¡Era el momento de actuar!

Me tomé un par de semanas de vacaciones en el trabajo. Cambié varios médicos y me quejé de los sonidos punzantes y otros síntomas que estaba experimentando. Pero parecía que la cirugía era la única opción. ésta era la única respuesta que obtuve. Increíble pensé, pero después averigüé que en la gran mayoría de los casos, las cirugías son completamente innecesarias y, a menudo pueden conducir a resultados irreversibles.

En el fondo, sentía que debía haber otra opción, una alternativa más saludable.

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